domingo, 12 de junio de 2016

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (3) Varios autores


 Imagen en el archivo de Anita Mendoza



AGUACERO (ÑONGUÉ) Mercedes Franco
Planta venenosa, cuya acción letal es tan rápida o más que la del cianuro. Se cree que es la preferida de los escasos suicidas campesinos. Muchas personas perversas la usan  en bebedizos cuando realizan “daños” o “brujerías” para envenenar a otros, por eso la llaman también “la hoja del diablo”.


AGÜITA DE DIOS (Mercedes Franco)
A fines del siglo dieciocho un fraile caminaba desde Valencia hasta Bejuma. Se extravió en el camino, y casi muerto de sed, imploró a Dios su misericordia. En ese momento vio bajar de la montaña un manantial de agua purísima y fresca. Sació su sed y bendijo el lugar, diciendo: “Agüita de Dios, así como remediaste hoy mi necesidad, remedia los males de quienes te beban”.
Hoy en día el lugar vive lleno de creyentes que buscan en esas mágicas aguas la curación y la felicidad.



AITONES (HAITONES) Mercedes Franco
Inmensos agujeros, formados por la acción del tiempo en la llamada Sierra de Coro. Se dice que un buscador de urupaguas, fruta del lugar, cayó en un aitón de varios metros de profundidad y tropezó con algo de metal. Sus compañeros lo sacaron y aquel “urupagüero” se trajo consigo el objeto que había hallado dentro del aitón: era una armadura española del siglo dieciséis.
Los coy-coyes o guácharos moran en estos agujeros, pero la gente del lugar cree que los aitones son justamente la morada de los ceretones, los pícaros duendes de la Sierra.

AJO (Mercedes Franco)
Entre las muchas bondades del ajo, como lo son el condimentar exquisitamente la comida, bajar la presión arterial y poseer propiedades antibióticas, están sus virtudes mágicas. En la antigüedad se atribuía a esta planta, por su fuerte olor, el poder de alejar al demonio y a los vampiros. Se usaban ristras de ajo  como collares, para las jóvenes en peligro de ser atacadas por vampiros o íncubos.


LA MACAUREL 
(José Gumilla)
Más traidora es la culebra llamada macaurel; ésta no sólo acomete al caminante sin darle seña, sino también con increíble audacia; si pasa a pie, tira a fijarle su diente venenoso en la misma cara, ni queda satisfecha con el primer asalto, sigue con porfía, y cuando más se defiende el pasajero, con tanta mayor ira multiplica sus asaltos; ni pierde sus bríos aunque a su furia se interponga algún jinete. El capitán don Domingo Zorrilla y Salazar, cabo principal de la escolta que la Majestad del Rey y nuestro señor concede a nuestros misioneros, natural de Rioja y hombre de notorio brío, ejercitado en continuos ataques con indios rebeldes y enemigos del nombre cristiano, yendo a rechazar una partida de guajivas que amenazaban a la nueva colonia de San Ignacio de Chicanoa, marchando casi a media rienda, como lo pedía la urgencia, se vio asaltado de improvisto de una culebra macaurel, con tal ímpetu que el primer golpe lo recibió en la capellada de la bota; al mismo tiempo dio un salto el caballo y un bufido ( que hasta las bestias se temen unas a otras); sacó su alfanje el capitán, olvidando el riesgo ajeno, puso todo su cuidado en el suyo: largo rato persistió la macaurel en sus asaltos y el capitán en tirarle tajos; pero eran al aire por la suma velocidad de la culebra, hasta que, fatigada ésta, se enroscó en el suelo para dar más violento el salto, como lo acostumbran; entonces, logrando el capitán el intermedio, le descerrajó un trabuco, dividiendo al enemigo en tantos trozos cuantas eran las rocas con que daba calor a su cabeza, que tenía en el centro de ellas. Un cuarto de hora pasó desde esta batalla hasta que me lo refirió dicho capitán y todavía no le habían vuelto sus colores naturales al rostro. Tal y tanta es la saña de estas culebras.



LOS ARQUETIPOS VAN DESPACIO
 (Eduardo Mariño)
Beatriz con el cabello peinado a lo Vanessa Carlton camina de su mano sin ver atrás y el sol se demora en detallar ese rostro iluminado y de diosa que parece sereno en su voz y a la certidumbre de aspereza de esta ciudad.
Eduardo agita en su otra mano la libreta y siente en ella el prodigio de la palabra recién venida que imagina aletargada en éste, en el siguiente paso de Beatriz, quien consciente de todo ello, tararea lento una definición de amor que no parece.
Vibran como pequeños arquetipos de lo que son en realidad: Poses y figuras estáticas, detenidas en su intimidad, poseyéndose extraños: Entidades ajenas que se intentan a si mismas, como el clochard en la escalera de Laia o el dios misterioso que según Arnoldo, hace más brillantes mis vasos de cerveza.



LA SIRENA (Francisco López de Gomara)
Lo que se ve en la sirena es hermoso: lo que se oye apacible; lo que encubre la intención, nocivo, y lo que está debajo del agua, monstruoso.



LA SIRENA (Diego de Saavedra y Fajardo)
La sirena es una criatura que tenia de mujer lo menos útil y de pez lo menos aprovechable. En vista de lo cual, no hubo otra alternativa que dejársela a los poetas, las únicas personas capaces de sacarle algún partido a un ser que no ofrecía ninguna perspectiva ni como esposa amantísima ni como complemento del almuerzo. 



MAITA (Enrique Mujica)
Maita había trabajado como treinta años en las petroleras como portero. Cuando lo jubilaron, por allá en el transcurrir de los años cuarenta o cincuenta, él no sabía que a uno le pagaban un dinero por el tiempo de servicio. Entonces tuvieron que decirle que pasara por la oficina, que le iban a entregar sus prestaciones. Nunca había visto Maita más de cien o doscientos bolívares juntos. El todavía no lo creía. Cuando se acercó a la taquilla, el cajero empezó a contarle billete por billete, de a diez, de a veinte, uno, dos, tres, cuatro, cinco…, veinte, treinta, cuarenta… Maita veía cómo crecía la pila de billetes y cómo el cajero seguía contando sin parar cien, ciento uno… ciento dos… Maita llegó a creer que estaba soñando, entonces ya con un nudo en la garganta, alarmado y temblando, con las manos como si quisiera atajar algo, le dijo al cajero, en un solo susto: “¡Ta bueno, ta bueno!”.



El TAMAÑO DEL DUENDE 
(Luis Arturo Dominguez)
El duende es sumamente pequeño de estatura y peludo, yendo de escasos milímetros hasta setenta y cinco centímetros. Con respecto al tamaño del duende, el señor Venedito Rivas, natural de la isla de Margarita, Estado Nueva Esparta, Venezuela, en 1956, en la ciudad de La Asunción, nos contó el siguiente pasaje:
“Estando yo en mis tareas cotidianas de agricultor y propietario del conuco El Rincón, pude observar que un ser sumamente pequeño de estatura me movía la escardilla cada vez que yo abandonaba dicho instrumento, pero al tomar de nuevo la azada el duendecillo desaparecía a todo correr y desde cierta distancia me arrojaba piedrecitas, terrones, puños de tierra y se reía a grandes carcajadas de mi torpeza, como burlándose de mi persona”.
En “El Universal” del 27 de junio de 1950, Armando R. Díaz publica bajo el título de “Cuando vea el duende esconda bien los pulgares”, un interesante trabajo, en donde narra algunas costumbres anímicas y sociales de Honduras Británicas; habla sobre la estatura del duende, del modo que sigue:
“Cada vez que se reúne un grupo de personas en Honduras Británicas, se habla de animas y espíritus malignos, porque algunos habitantes de ese país, son gentes por demás supersticiosas; son capaces de pasar horas contando cosas sobrenaturales. No les faltan los protagonistas para sus cuentos, desde los personajes muy conocidos como el Duende sin dedos pulgares y la Llorona que atrae a los hombres hacia su perdición, hasta personajes relativamente nuevos como el Hombre Grasiento, siempre listo para saltar sobre los que entran a una casa vacía y el Hombre con cuatro pies que ataca a los colegiales”. Y continúa: “Cuando se reúnen amigos en Honduras Británicas para conversar y tomar  una copita, no es raro que la conversación trate de ánimas, espíritus y diablos, porque el pueblo es sumamente supersticioso y hay muchas personas capaces de pasar horas oyendo cuentos sobre acontecimientos sobrenaturales. En la mayoría de esos relatos de habla del Duende, un robusto enano que vive en los bosques”. Y sigue: “Según los que los han “visto”, el Duende mide 75 centímetros de altura y lleva al cinto un machete afilado como una navaja. Su traje de colores vistosos es complementado por un sombrero mexicano con ala tan ancha como él es de alto. Nadie le ha visto la cara, porque parece que es el ser más feo que existe en el mundo. Sus manos bronceadas y vigorosas no tienen dedos pulgares desde que fue maldecido en su juventud, probablemente hace muchos siglos.”
Y con respecto a este defecto físico del duende, Armando R. Días, narra lo siguiente: “Se cuenta que en cierta época el Duende era una persona normal. Vivía en una aldea Maya y había pedido la manos de la hermosísima hija del gran sacerdote, pero esté último consideró que lo había insultado al pretender casarse con su hija. Por eso le echo una maldición obligándolo a vagar siempre en los bosques de Honduras; también le cortó los dedos pulgares en señal de ignominia”. Y prosigue: “Pero la hija del gran sacerdote que estaba enamorada del enano consiguió que le diese una compensación: la facultar de colmar los deseos de toda persona que, como él, tuviese los dedos pulgares emputados”. Y continúa: “El Tata Duende odia a todos los seres humanos que tienen todos los dedos en su lugar, por eso tiene un enorme machete para cortar los dedos pulgares de toda persona que encuentre en el bosque. Los cortadores de caoba y los chicleros están preparados para la eventualidad de encontrar al Duende mientras buscan árboles de caoba y sapodilla en el bosque. Los ancianos les han enseñado que si divisan al Duende deben esconder los dedos pulgares en las palmas de las manos y extenderlas así para devolverle el saludo. Como las personas a quienes faltan los dedos pulgares son tan raras, el Duende está dispuesto a colmar los deseos de todo que parezca tenerlos amputados. Cuando su madre los manda a hacer algún mandato, los pequeños campesinos esconden los pulgares mientras se encuentran fuera de la casa”.



HOMENAJE A ALFREDO ARMAS ALFONZO
  (Algunos Cuentos)

10 X 14
La culebra - la coral de concha como de vidrio de botella enterrada, la cascabel de cabeza como lenta agua sucia, inasible como el sapo de albañal, la macagua que cuando no se adormita es porque ya destiló sus venenos - lo hirió en la región de su piel que el hombre utiliza para resguardar sus mandatos de persistencia humana. La necesidad lo hizo ampararse en el malvial, pero la memoria descuidó los peligros. A nadie reveló el suceso de su laceración, ni a Anicasia la que tuvo a La Tordita ni La Tordita la hija de la Anicasia en la que él ya se había fijado, y prefirió optar a la muerte, comido por los atroces zumos del animal maldeojoso, antes que la deshonra.


1 X 7
Se pegó las plumas con engrudo hecho de almidón y voló hasta la ventana, pero ya la ventana a la que pretendió volar y todas las demás de la casa estaban ocupadas por las palomas, que se arrullaban o medio se adormilaban con la cabeza metida bajo su axila.
El engrudo se le fue secando y se le convirtió en una costra dura y tensa que hacía repelente lo que fuera delicia reconocida de los hombres.
El arrullo de las palomas ni siquiera cesó cuando empezó la lluvia y uno y otro escándalo la mortificaron, además. Y por último, las plumas se adhirieron una con otra y todavía a las seis de la tarde no podía poner en orden sus ideas. Ser ángel no es tan fácil como se imagina la gente.


4 X 1
¿Dónde obtuvo el ángel aquel chal que simulaba la melena de un animal africano?, no lo sabe ni el mismo Dios. Parecía de pluma muerta, de barba de maíz ya seca, de raíz de palo que ya no se nutre de nada opaca además, sin brillo ninguno, sin ningún parecido con algo que no fuera repugnante y desacostumbrado.
Nunca se le vio puesto, pero en cambio cuando acudía a encontrarse con un amante en un sitio próximo a Puntaeguanape (y las mujeres de por ahí se daban cuenta por sus estallidos de satisfacción de que el ángel no se privaba) se ceñía el bendito chal entre las piernas y la mano del hombre lo primero que descubría tenía toda la apariencia de un secreto de pronto revelado. Este ángel desapareció entre la soledad.

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