miércoles, 29 de marzo de 2017

La Lavandera (cuento premiado de Héctor Cardozo Lucena) y fotografías

Desde ese día nunca más se supo de Alicia (Archivo de Deiby Díaz)

Obra galardonada en el Concurso Nacional de Cuentos Misterios y Fantasmas Clásicos de la Llanura “Ramón Villegas Izquiel” (UNELLEZ –San Carlos, Cojedes)


 


Alicia miró al cielo. Es casi medio día –Pensó. Hacía como tres horas que había llegado al río a lavar. Siempre buscaba el mismo sitio, le gustaba aquel recodo porque formaba una poza donde podían jugar, sin peligro, sus dos hijos: Juana y Alexis, unos morochos de cinco años que la acompañaban a todos lados y que eran la luz de sus ojos.

Duro oficio  (archivo de Lilian Esteves Rivero) 

A pesar de la dura faena de lavar tanta ropa, Alicia sentía placer, le agradaba sentarse en una piedra negra en forma de sapo por donde bajaba el agua, quedando sumergido los pies en la orilla de la poza.


Imagen en el archivo de Perdomo Janeth

Ese día a Alicia le extrañó no oír a los pericos ni a los loros que usualmente armaban su escandaloso concierto entre los árboles de la ribera. Había un raro silencio sólo interrumpido por el susurro del río, un canto monótono aprendido desde el principio de los tiempos. Esa música mezclada con el golpeteo de la ropa sobre la piedra, la hipnotizaba. 


Lavanderas llaneras en pleno río (archivo de Ofelia Rodríguez Pérez) 

Alicia esperaba ansiosa los días de lavar para disfrutar de la mágica seducción de la soledad, sin preocuparse por nada, solo ella, el río con su canto y sus hijos retozando en el agua. Flotaba en esa atmósfera cautivadora cuando percibió a lo lejos voces de otros niños. Al principio frunció el ceño porque se imaginó la llegada de otra lavandera que vendría a romper el encanto con la infaltable conversadera. Pero luego se resignó pensando que sus hijos disfrutaban la compañía de otros niños. ¡Qué equivocada estaba!

Imagen en el archivo de Lucerito Jiménez Soler

Alicia continuó restregando. Le pareció raro que aún no llegaba la otra mujer. -Mejor así. Quizás se quedó río abajo- Dijo en voz baja. De pronto sintió un escalofrío, un presentimiento que le erizó la piel. Con sobresalto caminó hacia la vuelta del río, de donde provenía el bullicio. Pudo ver a sus hijos tirándole piedras a otros cuatro muchachitos. Los observó fijamente tratando de reconocer algún vecino, pero los pequeños recién llegados siempre le daban la espalda. Muy pronto se arrepentiría de no haber insistido en tratar de descubrir la identidad de aquellos forasteros. Aún sin ver sus caras, se sorprendió del tamaño de sus manos y pies, que resultaban desproporcionados para sus menudos cuerpecitos.


Imagen en el archivo de José Luis Castillo

Muy intranquila, Alicia decidió terminar la faena ese día. En cada paso que daba retumbaban las preguntas.

-¿De dónde salieron aquellos niños?- -¿Dónde estaba su madre?- -¿Por qué no la vi?- Con esa angustia enjuagó lo que faltaba y recogió rápidamente la ropa. La sensación de peligro era mayor.



Imagen en el archivo de Llano, Joropo y Leyenda

No oigo a los niños -Dijo. Levantó la pesada cesta y corrió a buscar a sus muchachos. Un frío indescriptible se apoderó de su cuerpo. NO HABÍA NADIE, LOS NINOS DESAPARECIERON. De su garganta salió un alarido penetrante, desgarrador que inundó la ribera. Fue el único grito que pudo exhalar de sus pulmones. El hermoso rostro de Alicia se desfiguró con una mueca de espanto y los ojos se desorbitaron cuando, en los últimos momentos de cordura que le quedaban, comprendió lo ocurrido. La mujer corrió sin rumbo, detrás de lo invisible. Las piedras del río se encargaron de lacerar su cuerpo con cada caída y la sangre cubrió su vestimenta.



Imagen en el archivo de Elkin Cardozo

La pobre mujer vagó por muchas horas. Los vecinos del pueblo que estaban en la calle principal quedaron asombrados al ver a una mujer con la ropa ensangrentada y la cara llena de terror. Es Alicia, la esposa de Julián -gritó el bodeguero-. Se fue esta mañana con sus hijos a lavar al río-. Todos estaban desconcertados, sin entender lo que pasaba. Los más viejos del pueblo comprendieron rápido la verdad que traía la desdichada mujer reflejada en sus ojos: LOS DUENDES REGRESARON AL RÍO A BUSCAR MÁS NIÑOS.


Imagen en el archivo de Perdomo, Janeth

De la loca Alicia no se supo más nada. Cuentan que la vieron por el río, en la poza, buscando a sus hijos. Después de muchos años nació otra leyenda: La de una mujer fea y cubierta de sangre que aparecía en el río lavando ropa asustando a los muchachos que iban a bañarse solos.



*Texto publicado en “El Llano en Voces; Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña  y de otras latitudes”. Compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno (San Carlos: UNELLEZ. 2007)


Héctor Cardozo Lucena (Barquisimeto, Lara, 1957 y residente en Cojedes). Egresa del Instituto Pedagógico de Barquisimeto en la mención Química (1980), con estudios de especialización y maestría. Dirigió el Instituto Universitario de Tecnología Agropecuaria, IUTEAGRO. Su obra está inédita.


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