viernes, 24 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (16) "El Duende en Navidad" Relato de Samuel Omar Sánchez Terán


Imagen en el archivo de Walyely Pignataro, La Vegas, Cojedes.

Sucedió para tiempos de navidad en Bejuma, sitio de un clima fresco y su gente muy servicial.
En casa de César Arteaga, sin razón conocida empezaron a suceder cosas extrañas. De la  noche a la mañana en su cuarto se escuchaban ruidos. Siempre al caer la noche, no lo dejaban dormir, le movían la cama, le jalaban de los pies, le prendían y  apagaban la luz, se caen los objetos. César es un hombre creyente en Dios, pero estas cosas no la s entendía y le estaba preocupando, ya no duerme, un día llega un amigo a su casa y le comenta lo que le está sucediendo. Le dice: “Conozco al señor Juan del Campo, que es un médico chamarrero como se dice conocedor de las yerbas y cosas esotéricas.
César, lo ubica en las afueras del pueblo y le comenta lo que está pasándole y le dice no se preocupe que al día siguiente iré a su casa.
Así pasó y por cierto es un día 24 de diciembre, llegó y conversa con César, que es antesala del nacimiento de Niño Jesús, con el regalo para la familia, y muchas  bendiciones de salud y amor para todos. Con una sonrisa de alegría comenta César: “El mejor regalo que don Juan me dará, es que saque esa mala visión de mi hogar y el Niño Dios, nos traiga mucha paz”.
Le responde: “Así será mi amigo y pondré todo lo que sé, para que tenga unas navidades alegres”. Toma su bolso, extrae unas ramas y ensalma todo el cuarto y roció  con mucha agua bendita la casa  y reza unas oraciones solo conocidas por él, en ese momento  caen cosas al suelo, se oyen unos gruñidos de bravura,  ven la sombra de una persona pequeña, la cual está parada en una esquina del cuarto y desaparece ahí Don Juan, dice: “Salgamos de aquí”.
Estando afuera dice: “Es un duende y no se va a mover de aquí, él quiere este cuarto para el”.  Dice Cesar: No me iré esta es mi casa”.
Don Juan le recomienda que se mude unos días a casa de su hermano Rivaldo, pero antes has como si vas a tumbarla, empieza quitando la puerta y ventana del cuarto y das unas mandarrias a la pared, eso disgustará al duende, cuando el vea que no hay cama, que está vacío y  está cubierto de sucio y todo desordenado se irá porque no le gusta la suciedad.
Tal como  dijeron se aseguró de hacerlo, se fue para casa de su hermano Rivaldo, con él  pasó las navidades, a los tres días regresó a su casa y se encontró allí a Don Juan, el cual estaba ensalmando y tratando de conversar con el duende para que abandonara esa actitud y Cesar de una manera jocosa le dice: Me vengo de nuevo prefiero estar acompañado con el duende que mi hermano, este llega todas las noches más prendido que fogón ardiendo y de ñapa no deja dormir a nadie porque pasa toda la noche hablando más que un radio loco y es desordenado  por eso, Don Juan,  me regreso”, así se supo del duende del cuarto que molestó a César en tiempos de Navidad.

Informante: El Cultor José Baute. Compilador. Samuel Omar Sánchez Terán

jueves, 23 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (15) "El Paseo del Pavo de Navidad" Relato de Samuel Omar Sánchez Terán

Festejo decembrino (archivo de Fernando Parra)

Cuando en San Carlos  aun eran de tierras sus calles, sus casas tenían un buen patio y muchas veces cercadas con alambre de púas  o zinc.
En la esquina de la recién inaugurada Avenida Ricaurte conocida también como Calle de la Aviación, para ese entonces y cruce con Mariño, vivía la señora Crucita y Jorge Manzanero, quien trabajó por mucho tiempo en el correo telegráfico de San Carlos después se dedicó al comercio siendo el primer buhonero que por espacio de más de 20 años se le vio con su  carrito en toda la esquina del conocido Samán en frente de  la Plaza Bolívar. Era amante de la s tradiciones navideñas, la señora Crucita junto a sus hijos: Diana, “Persida”, Carlos “El Burrero” y “El Gordo”, salían a  buscar un tronco de chamiza o chaparro para hacer el típico arbolito de navidad en base a jabón azul, adornado con bambalinas hechas de bolas de algodón para así esperar al Niño Jesús, mientras su otros hermanos Jorge y “Ñelo” pintaban la casa.
El señor Manzanero, para el mes de enero había comprado un pequeño pavo, la familia se alegró porque en víspera del 25 lo cenarían, lo cuidaban con cariño, al llegar de su trabajo iba a verlo y decía: “Cada día está más gordo gracias  a Dios, no faltarán ni las hallacas ni los dulces, ni el pavo”.
Para mediados de octubre “Manzanero” notó que el pavo no está comiendo y va hasta el negocio de su amigo el señor  Sutil. Le comentó lo del pavo, este le dice: “Vas a tener que operarlo”, le da un poco de anestesia y un bisturí. Al llegar le dice a su hija Dina: “Prepárese hija,  me servirás  de enfermera”. Empieza el proceso, al hacer una pequeña incisión notan que el buche está atragantado con hojas de cambures, le quita todo eso y sale todo bien y de nuevo empieza a comer como todo un glotón.
Esta cerca la noche buena, son casi las tres de la madrugada cuando oyen un alboroto en el patio de su casa, Manzanero, se levanta, no ve al animal por ninguna parte oye una bulla, se asoma por la cerca y distingue a un hombre que va en una bicicleta de reparto  llevando en la cesta al pobre pavo que con su alboroto va despidiéndose de Manzanero. Le grita al hombre, pero nada;  va soplado como cuando el corredor de bicicletas el popular “Galápago Palma” se escapaba, cabizbajo le comenta a su esposa: “Tanto sacrificio que hicimos para que otro se lo lleve a pasear, nos tocará es comer pollo asado…


Este relato anecdótico de San Carlos es de la licenciada Dina Lloverá, compilado por Samuel Omar Sánchez Terán.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (14) "El Susto en la Cocina del Internado" Relato de Samuel Omar Sánchez Terán


Shantal Antonella Hernández Hernández, San Carlos, Cojedes. 

Esto le pasó, hace muchos años a José Ramírez,  “el maestro Ramírez”. Quién no lo conoce;  es asiduo jugador de los famosos  triples de las diferentes loterías y vaya que  gana,   así salva muchas veces la quincena ¡ah!  También le gustan las cervezas bien frías, amante de la música llanera y del “Trío Los Panchos”, jugador de dominó, siempre con un chiste a flor de labios,  pero muy buena gente el muchachote.

Mujer cojedeña en el archivo de Samuel Omar Sánchez Terán

Otra cosa particular, es amigo de los amigos cuando algún conocido fallece, va  a darle el pésame a la familia y lo acompaña en su despedida, porque también reza, aunque usted no lo crea muy bien.
El “maestro Ramírez”,  fue guía de Centro en el Internado “Fray Gabriel de San Lucar”, está ya  jubilado; cuántos muchachos no ha visto ahí, como se dice “carajitos” ahora ya hombres y profesionales, porque  les inculcó buenos principios, los educó como a sus hijos, los que estaban internos lo respetaban en las guardias que le tocaba de noche, ellos se divertían pero cuando  les decía “chamitos a dormir”, se iban sin chistar. Es un amante de los deportes, tanto que él preparaba al equipo del internado el cual entrenaba en “El Parque San Carlos” y de paso queda al lado del internado,  se le veía corriendo con ellos,  dígame cuando le tocaba guardia los domingos en el día, después que hacían todos los quehaceres los lleva a la piscina del parque ahí se divertían varias horas y, después,  de vuelta al internado.
Muy respetado por sus compañeros de trabajo, muy servicial en todo,  para esa época el Director es el “maestro Restrepo”, muy amigos. Por cierto el viejito Ramírez,  se la da de cocinero y mire que se la aplica, muchas veces salía de farra con sus amigos, ah también,  le gusta la pesca con anzuelo, siempre en su jeep, se dirigía a La Bocatoma,  a plena faena aunque a veces venía con más hambre que una solitaria porque no pescaba ni un resfriado, aunque muchas picadas de zancudo si traía.
Cuando pasaba eso, su esposa Amelia, se reía y le decía: “Tú que no eres un experto y mira como vienes más limpio y sin nada más  que camino de bachacos”, la miraba de arriba hacia abajo.  “Ah pues, mujer, para la próxima te traigo un bagre de seis kilos…”
Para un 25 de diciembre, le toca guardia todo el día domingo, esta vez su pareja de trabajo es el maestro Torrealba, el hermano de Asnaldo, ya fallecido. Se comparten la guardia;  todo bien, los muchachos limpian la institución y  los premian con una salida para la piscina del parque.
Llega la noche, a las siete están viendo la televisión, de repente se va la luz, los dormitorios y los pasillos quedan como pozo de petróleo, todos se reúnen en unos bancos de cemento cerca de la entrada y los arropa un inmenso árbol de mango, dice unos de los muchachos de apodo “El Pulpo”: “maestro Ramírez, aquí en el internado salen unas sombras en los baños” y dice otro: “En los talleres donde está el maestro Juan también”, le responde Torrealba: “A  muchachos para cobardes” y Ramírez agrega:  “Bueno chamitos,  de que vuelan, vuelan”. Así pasan un rato con esos relatos de espantos. 
A las diez vuelve la electricidad, los mandan a dormir y se  quedan conversando un rato los maestros. Dice Torrealba: “Te invito a tomar un vaso de jugo y unas galletas navideñas”. Se van hasta la cocina, están disfrutando del aperitivo, cuando sienten el sonido que hacen al caer las ollas al piso cerca de la nevera, se dirigen a ver qué pasó,  como están las luces encendidas no ven nada, la recorren toda y cerca de ellos lo oyen de nuevo reaccionan con asombrosa agilidad como jugadores de punta y nada, se persignan más que viejita asombrada. Torrealba, se pone a sudar copiosamente como muchacho con fiebre de cuarenta. Alguien nos quiere asustar ya lo vamos a someter dicen los dos. Ahora queda en tiniebla la cocina, ven a través de la ventana que el patio y los pasillos tienen luz…un frío impregna todo, sienten un celaje pasarles entre los dos, en ese momento ven  chispas incandescentes que dejan al rastrillar un machete en el piso, ahí sí con voz tartamudeando dice Ramírez: “No compa, esto no es normal”.  “Por Dios, esa vaina es real”,  le responden con voz agitada, y salen como conejos al escuchar los latidos de perros en cacería.
Llegando a los dormitorios, cada uno más blancos que cotufas y más asustados que pared con comején.
En la mañana se supo cómo a estos dos maestros los asustaron en la cocina del internado en navidad.

Este testimonio real, es de Samuel Omar Sánchez Terán.

martes, 21 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (12) "La Mujer de la Iglesia Santo Domingo" Relato de Samuel Omar Sánchez Terán

"...cuando ve a una mujer que viene caminando de una belleza misteriosa"
Imagen en el archivo de la docente cojedeña Elumir Guerra.


Desde tiempos de  la Colonia se oyen los cuentos del Carretón que con su carga de miedo recorre las calles empedradas, sembrando el terror a los que se atreven a caminar a esas horas de la madrugada, el grito de la Llorona, de la Sayona, y el temible Silbón, aun en esta época se le oyen, e igualmente visto por los lados de Palambra del Doctor, si no pregúntenle a Sixto Cisneros, Luis Adolfo Moreno y el señor Críspulo Landaeta y su esposa Ana Victoria Velásquez,  ni hablar a estos hijos que después de tantos años: Pablo, Ana María, y Delida Landaeta, se aterran en los meses de mayo cuando El Canillú recorre esa zona y Delida se pone como esos pollitos asustadita buscando a su mamá.
Hay un personaje en San Carlos, en el sector 23 de enero es Tito Ortiz “Titico”, el hijo de la recordada enfermera del Hospital de Los Llanos Rosario Pérez y Tito Ortiz, viejo camionero y amigo de los amigos, eterno jugador de bolas criollas, personas muy recordadas,  aun de muertos se les aprecia y “Titico”, ya próximo a jubilarse de las Oficinas de Cantv, en la principal vía al Hospital ahí se le encuentra, bonachón el muchacho e igualmente amante de la bohemia nocturna y de los patios de bolas criollas como su padre.
En las diferentes plazas Bolívar de cualquier municipio de nuestro estado, sentados en una banca escucharán algún testimonio como le sucedió a “Titico” siempre su madre Rosario, adolescente en las noches salía con sus amigos como se dice a echar un pie a cualquiera velada criolla que se efectuaban en los club como el Cestope, el club Mutuo Auxilio o el Club Canarias ubicado, en ese tiempo,  frente al recordado negocio de nombre “Ziruma” donde vendió esos ricos jugos de caña de azúcar y su propietario era Tito Vidal, “El zurdo o el renco Figueredo” administra ese club Canarias, hasta la orquesta la Billos Caracas Boys y Los Melódicos, dejaron para el recuerdo grandes bailes.
O si no lo está en el recordado negocio bar y patio de bolas criollas llamado “El Foco Rojo” atendido por sus propietarios la señora Antonia Velásquez y su esposo conocido con el apodo de “Nariz de goma”.
Sucedió un día 22 de diciembre “Titico” después de su faena de trabajo, se va a refrescar con unas heladas en algunos locales de San Carlos, son casi las doce de la medianoche cuando llega a la tasca-restaurant del Colegio de Abogados ubicada en la calle Figueredo diagonal a la Plaza Fernando Figueredo, se divierte un buen rato,  hasta se comió una parrilla de churrasco y acompañada con unas espumosas, a la una se despide de los amigos al salir ve el cielo encapotado y está frente a la Iglesia Santo Domingo y de la nada cae una repentina tenaz lluvia moja pendejo, no le queda más que guarecerse frente el portal de la Iglesia, cuando revienta un trueno acompañado de una centella siente un frío que lo heló hasta los tuétanos…ve pasar unos perros aullando asustados, cuando ve a una mujer que viene apuradita caminando de una belleza misteriosa, una catira pero con el pelo rojo como la sangre y vestida con una traje de color negro azabache.  Llega justo a él y se está protegiendo de la lluvia. “¿Buenas noches, dama de la noche, que haces por estas solitarias calles con este clima? Dice “Titico” con un una sonrisa pícara. La mujer  le responde: “Vengo de una fiesta navideña en casa de una amiga”.  “Titico” nota algo extraño;  la mujer viene mojándose, pero la ropa está seca e igualmente su pelo. De golpe este empieza a temblar como majarete, se despide y se viene empapándose,  la mujer  le dice: “¿Qué te pasa; tienes miedo?”.
“Titico” no responde y siente a la mujer a medio paso detrás de él, sigue caminando hasta llegar a la calle Federación, casi llegando a su casa y la mujer prácticamente lo viene acompañando, se recuerda que en su cartera lleva una imagen de “La Magnifica” y al sacarla la mujer se ríe a carcajadas y dice “Ay,  Titico,  te acordaste cuando estás en aprieto… hasta aquí te he acompañado; será en otra vez compañero de camino”  y en una estela de viento desapareció ante los ojos del pobre muchacho que estaba más pálido que  guarapo de caña clara y temblando como prendido en fiebre de cuarenta, entra a la casa más asustado que culebra al oler creolina.
Eso sí Titico, esa navidad por primera vez, la pasó en su casa, y compartió las fiestas con su familia, pero, el pensar en esa aparición lo atormentó por un tiempo.


Este testimonio oral es de Tito “Titico” Ortiz, escrito por Samuel Omar Sánchez Terán.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (11) "Los Cochinos Navideños": Relato de Samuel Omar Sánchez Terán

Niña de Cojedes (archivo de Jean Omar Escalon Coello)


Los Cochinos Navideños
Samuel Omar Sánchez

Esto sucedió hace muchos años, cuando el alumbrado  público era escaso en muchas barriadas, sus calles eran de tierra, se utilizaba mucho el pozo séptico en los patios de las casas para hacer las necesidades, era el típico ambiente pueblerino, esto le sucedió a Doña Agripina Zapata.
Agripina, era una mujer de campo, trabajadora, para esos tiempos vivía en casa de su hija Carmen Zapata,  ¨La Tuca¨, la cual vivía en la barriada ¨Los Malabares¨, con su pareja conocido con el apodo de ¨Malaguera¨, situado en la calle Mariño, a dos casas del Ambulatorio. 
Madre e hija, se llevan muy bien entre las dos pilan el maíz, para hacer las arepas en el fogón a leña, en un budare con el cual también tendían las ricas cachapas, en el patio de la casa, había casi un zoológico donde tenían una variedad de animales como: patos, gansos, chivos, venados... hasta 2 vacas tenían para el ordeño de la leche para hacer un rico queso, no le faltaban las gallinas pirocas y las ponedoras, conejos, loros, palomas y pare de contar, sin faltarle un chiquero que habían hecho en el fondo del solar donde tenían varios maracos de cochinos gordos, los cuales  mataban para diciembre y una parte para preparar las hallacas navideñas,  ellas mismas los preparaban haciendo la salvedad que en casi todas las casas abundaban los animales para esa época, porque no había un control sanitario. 
Doña Agripina, era muy humanitaria con sus vecinos, cuando algunos se enfermaba ella los visitaba en su casa o el hospital, eso se los enseño a sus hijos, después de hacer los quehaceres cotidianos de la casa, se ponían todos a jugar cartas (barajas), el de caída o 31, después se tomaban un rico café recién colado o taza de chocolate, acompañándolo con pan o galletas, se juntaban a contar cuentos de fantasma, aparecidos, duendes, así se entretenía la familia.
Pasó un día 28 de diciembre la señora María Cruces, quien vivía en el barrio  Banco Obrero,  muy amiga de la viejita Agripina, como se dice hermanas,  cae enferma, para esa época había en San Carlos, un solo hospital el cual se llamaba “Los Llanos”, y estaba ubicado donde hoy está la plaza Manuel Manrique, todo ese terrenales abarcaba, cuántos niños vivieron al mundo allí , sobre todo la buena atención de los médicos y de las enfermeras, le  avisan a doña Agripina, que su amiga estaba hospitalizada, ahí mismo se fue a verla, la acompañó un buen rato y antes de venirse le dijo a su amiga que vendría en la noche a visitarla con su hija la tuca, así fue a las 6.30 pm, llegó. Le llevaba un paquete donde habían manzanas, peras, uvas y unas galletas de soda, la acompañaron hasta las 11 de la noche. Madre e hija, se vinieron caminando por esas calles de tierra, a medio alumbrar, así llegaron sanas y salvo a la casa.
Al día siguiente  en la mañana doña Agripina, se fue a visitar a su amiga, la encontró un poco mejor, hablaron un rato ¡ah! le llevó un poco de atol, al despedirse le comentó que vendría en la noche a visitarla, esta se lo agradeció y se vino Agripina pero antes de ir a Los Malabares, pasó por casa de su amiga para dejar una ropa que estaba sudada y ver a los muchachos.
Al otro día la viejita Agripina, estuvo ocupada con sus hijos, toda la mañana la pasaron en el conuco de Malaguera, ya estaba limpio el terreno y estaban preparando las semillas para sembrar maíz y caraota, por eso estuvieron madre e hija ocupadas toda la mañana, habían preparado la comida, la cual llevaron en varias viandas, después de comer descansaron un rato y alrededor de las 4 de la tarde se vinieron a la casa, contentas, porque gracias a Dios, todo salió bien y tendría una buena cosecha. Agripina le dice a su hija: ¡Cónchale! No fui a ver a mi comae. En la noche tú me vas a acompañar. Ella, le respondió: Bien mamá.
Hicieron todos los quehaceres del hogar y a las 7 aproximadamente, las dos agarran camino para el hospital, al llegar está de guardia una enfermera conocida de Agripina, le regalaron una bolsa llena de manzanas, peras, mandarinas, les dio las gracias y entraron al cuarto donde estaba su amiga, en ese momento estaba tomándose un vaso de agua, al verse se abrazaron y La Tuca, le dio una bolsa que contenía manzanas, uvas y peras, está la agarró y les dio las gracias, estuvieron hablando, a eso de las 11 y 30 pm, se despiden,  le dice doña Agripina:  ¨Que mañana sería 31 y fin de año, que vendría a pasar esa fecha con ella y recibir el nuevo año, “con lágrimas en sus ojos” se lo agradece  y le pide a su amiga que pase  por favor por su casa y les dé una vuelta a sus hijos. Así fue; llegaron a la casa de María, tocan la puerta y sale una de sus hijas, esta se  asusta al verla a esas horas, Agripina, les dice: “No se asusten muchachas, es que pasé porque su mae, me encargó que les diera una vuelta”. Entraron y tomaron un vaso de agua, después se viene hacia la barriada Los Malabares, sería ya las 12.30 de la madrugada, cuando están llegando a la esquina de la calle Salias cruce con calle Ricaurte,  para ese tiempo era un camino de tierra y después fue que hicieron la Avenida Ricaurte, había un solar grande con muchas matas de mangos, donde hoy en día viven la familia Lima, que tiene un taller mecánico y todos los hijos trabajan allí, igualmente al lado están construyendo un edifico, ellas siente el aire pesado, enrarecido, la luna que está clara, en una súbita carrera sale espantada a esconderse detrás de unas nubes, la noche se puso tenebrosa, sienten varios perros ladrar, aparece de la nada un fuerte ventarrón que les hiela la piel a las dos, dice la tuca: “Mamá ¿Qué pasa?  Responde: “tranquila parece ser que el demonio nos quiere asustar”, dice La Tuca: “Mamá, no me diga eso que me acobardo”. Agripina le dice: “Con ese cuerpote y vas a tener miedo”.
Dan varios pasos y al llegar a esa esquina sienten la brisa tan fría como un tempano de hielo, los perros se callan, se siente a lo lejos una risa que se oye como salida de una cueva profunda. En ese instante a La Tuca, se le paran todos los pelos de la cabeza y a su mamá también parecen unas gallinas grifas, luego  sienten el gruñir de varios cochinos que poco a poco se van sintiendo cerca, ellas están ahí paradas no dan ni un paso, ven aparecer de la nada tres macetas de cochinos de color negro carbón, tienen los pelos parados y los ojos como dos tizones de candela, dice La Tuca, “Mamá ¿Qué está pasando?”.
Esta temblorosa le dice: “Hija,  eso son los cochinos del demonio”. A bichos feos para gruñir, que se les metía por los oídos, estaban asustada, querían salir pero era como si estuvieran pegadas al piso, vuelven a sentir la risa pero más cerca, las mujeres esta chorreadas del susto, ven que los cochinos se les venían encima Agripina, se acuerda que tenía un tabaco por si acaso, como buena llanera estaba preparada, lo prendió y dijo una oración. La Tuca, empezó a rezar el Padre Nuestro y varias Ave Marías. La viejita dice varias frases al aire, los cochinos responden  con rabia gruñendo con más intensidad, en ese momento por obra y gracias de Dios, oyen sonar las campanas de la iglesia, escuchan el cantar de un gallo, vaya sorpresa que se llevan ahora el aire se siente un olor como a azufre, los cochinos pegan un espantoso gruñido que las dejó turuletas de la sordera. Vuelve aparecer un ventarrón y desaparecen los cochinos, de nuevo oyen la risa y oyen la voz decirles: “Será otra vez, Agripina”. Ahí, de nuevo los pelos se les vuelven a parar, sienten que las piernas les llega la fuerza y pegan una veloz carrera que parecían dos bolas rodando, así llegan a la casa, asustadas y temblorosas del miedo. Al día siguiente contaron lo que les había sucedido de cómo los cochinos del  asustaron a doña Agripina y a La Tuca.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (17): Dos relatos navideños de Efraín Inaudy Bolívar


Imagen en el archivo de Fernando Parra



SAN NICOLÁS DORMILÓN
Bajó el árbol de adensada fronda donde pájaros negros coqueteaban a la pulpa deliciosa de las cerezas, sobre aquella afelpada y piadosa hierba que la sombra hacia más incitante, aquel viejo, de ropa purpura y sonrisa perenne, entonando retazos de antiguas cantinelas, había cerrado los ojos. Un cansancio de caminante se lo había llevado poco a poco hacia alguna estación primorosa de los sueños.
El dulce anciano lucia la roja vestidura decembrina se llamaba San Nicolás. La barba, natural y abundosa, parecía copo de pulcro algodón y sobre la espesura de las clinejas de su melena, como una gran flor de navidad, aquel cucurucho bermejo ornado con estrellitas de papel.
Pasó de largo un trineo de mariposas tiradas por el viento y sobre una  raíz, una tierna lagartija exhibía con temblor escénico la fisicromía  de su piel. Arriba, la estela  circular y dulce de una abeja.
Una pareja de enamorados, que se inventan mimos indecibles, anunciaron la  proximidad de la noche buena y corrieron, golosos, en busca de las fascinantes festines de la navidad. Después, sigilosamente llegaron los niños, apagaron las luces de bengala y con ese silencio solemne de solemne de las hormigas cuando llevan pétalos al hombro, se acercaron al bello durmiente y entre gestos de infantil picardía llenaron de latas vacías la  alforja escuálida y raída de aquel  San Nicolás dormilón.
Alumbrándose con el último sol, la tarde deshizo su rostro en arabescos lila. Y ahí la calle. Opulencia  de gemas y sedería en los anaqueles. Pregón de campanitas, villancicos y cascabeles.
Y  en las casas, mesas colmadas esperando las  de la noche, arbolitos derrochando ascuas titilantes  entre sones livianos de amor y paz, caballitos de madera, zarandas luminosas, globos de colores plenos de almendras celeste, arlequines de cuerda y muñecas de tez rosada y ojitos como de oro de tíbar. Pero esa tarde, todos los niños consideraron que su mejor regalo fue haber podido contemplar a través de sus ventanas la carita alegre y complacida de San Nicolás dormilón cuando iba, calle abajo, con su fardo suculento a cuestas y casi llorando de alegría porque ellos sabían que aquel viejito   era Jeremías, el dulce anciano recogedor de latas de la ciudad.


EPIFANÍA
Venía envuelto en capuz de alba arreando algodonosos sueños y burlando los desgarros del ropaje, la brisa leve le ponía parches de frescura en la piel y las burbujas de roció le perlaban los pies.
Entró  al pueblo con ramitas de albahaca en las manos y una ranita medrosa en el bolsillo y nadie le creyó cuando anunció  alborozado que debajo del paraguatán del río se hospedaban Melchor, Gaspar y Baltazar.
Y comentó el populacho:
¿Y hemos de creer en tal destino?
¿No es acaso el hijo del ovejero quien pregona tan absurda noticia? tengamos presente que el hambre nubla los sentidos.
¿No estará  delirando?
¡Hermanos, exclamó el párroco místico, en este mundo de Dios todo es posible ¡y tras él , todo el pueblo se fue en rumorosa romería a presenciar el suceso.
Iban hacia el río, murmurando, vacilando entre la incertidumbre y la certeza. Había remolinos de mariposas rubias tejiendo arabescos envidiables y  estaban aromosos los senderos. Cuando se detuvieron, el  hijo del ovejero señalo hacia una campánula azul y dijo:
¡Ahí es! 
Y el pueblo se asomó.
Sobre tupido cobertor de cundeamores, en cunita de frágil musgo tres pajaritos recién bautizados abrían y levantaban sus picos ansiosos hacia los cielos en petición de la ración ausente. Arriba, untado de tinta oro la mañana, una guayabita silvestre sobrevolaba el paraguatán del río en el pico paternal de un cristofué.


MI CANTO SENTIDO
Oigo el gemido de los niños desheredados. De aquellos que bajan por canjilones de niebla hacia la incertidumbre. Oigo los de pies desnudos siguiendo huellas de cabras silenciosas. A los que se traga la montaña cuando quieren atrapar globos de nubes. A los que duermen bajo toldos marineros hechos de noche y astros. Oigo la voz de los niños que llevan sus cuerpos desnudos por trochas de campánulas aprendiendo a huir como el venado y a descifrar los secretos de los pájaros. Oigo el gemido de los desheredados de las ciudades. Van de puerta en puerta como extraños colibríes libando limosnas o pregonando golosinas que endulzan la boca de los indiferentes. Oigo los niños nocturnos. A muchos de ellos la noche les perdona la vida, a otros, una loba ría le lame las carnes y se los lleva de madrugada. Oigo los que posan su hambre desnuda para la ilustración de los periódicos del mundo. Oigo a los que juegan a buscar monedas, arrancándole luceros a los charcos, a los hunden desesperadamente sus manos en los bolsillos desgarrados sin encontrar hogaza.

Ahí están los desheredados. Y se oye un gemido infantil, universal. A todos, les entrego mi corazón lloroso, mi canto sentido.